En la década de los 2000 luego de explorar varios formatos creativos, Roberto Diago decidió abrirse camino a un nuevo desafío: las cajas de luz realizadas con madera, fotografía y el uso de frases con significados contundentes, de la manera más rupestre y original, como cualquier mensaje que encontramos al deambular por la ciudad.
A Diago siempre le ha interesado abordar temas delicados y con un profundo matiz histórico y cultural. Vemos en su obra referencias a la esclavitud, los estigmas sociales, un mundo divido y fragmentado debido a la codicia y la maldad humana, capaz de juzgar a sus semejantes por el color de su piel. Con suma certeza y agilidad pictórica crea figuras donde el sentimiento de asfixia e intolerancia se vuelven parte fundamental de su discurso, tanto en la pintura como en la escultura.
En especial, para la confección de estas cajas de luz, su autor conoció una parte de la sociedad que llamó su atención, lo absorbió por la delicadeza y la violencia de sus contenidos. Hablamos de un substrato social representativo de cierto tipo de personas con actitudes agresivas que encuentran explicación en sus experiencias de vida.
Roberto Diago investigó y entrevistó a varios individuos que han sufrido prisión y otras dolorosas vivencias, para luego plasmarlo en su arte y establecer un llamado de alerta sobre el hombre y sus males, las consecuencias de una crianza difícil, los estereotipos vivenciales en ciertos barrios marginales, donde la armonía carece de presencia en los hogares. El también escultor atrapó el instante de una emoción, la fuerza de un gesto como mayor testimonio de la vida.
“Esa serie surge cerca del 2002 porque quería investigar con la fotografía como un soporte más, asumirlo como si fuera saco, óleo, madera, cómo se mezclaba todo aquello y ver cómo me daba un producto final Diago”, reconoce el propio artista en entrevista con Máxima.
“Comencé a hacer las cajas de luz, con la gente del barrio, de la calle. La fotografía después las quemaba y las intervenía con una entrevista para que la gente entendiera. Fue un proceso que comenzó, lo empecé a exponer, recuerdo que lo llevé a una feria, al Art Forum Berlin con la galería La Casona, ya ni existe su creador, Luis Miret que es paz descanse”, añade el autor de importantes obras como Mi pelo también es bueno, No soy negro soy un hombre y Difícil no es ser hombre es ser negro.
Las personas son el centro de cada argumento en las cajas de luz con imágenes cargadas de nostalgia y sobriedad. “Comencé a hacer ese tipo de trabajo social vinculando a la gente, hablando de sus problemas, de amigos que habían estado en prisión y que hablaban de su historia, del por qué habían estado en prisión, el porqué del delito”, asegura el creador.
Tener conciencia de este tipo de testimonios significó para Diago un hecho de suma importancia, porque cuando un hombre accede a las cicatrices de sus iguales, la vida cambia ante sus ojos. “Fue un trabajo sociológico interesantísimo, recuerdo una de las entrevistas a un muchacho que la madre había matado al padre porque siempre le había dado golpes, era alcohólico. Al final de la entrevista me dice: 'mi padre muerto, mi madre presa, a mí me educó la vida, la calle', rememora el creador.
“En barrios duros”, asegura Diago, “la historia de esta persona se repite y entonces tiene que imponerse. En ocasiones no hay compasión ni entendimiento de tu causa y vemos esos niños que se van marginando, una cosa que va in crescendo”.
“Otro tema es el embarazo a temprana edad, una niña que con 14 años queda embarazada sigue siendo una niña, que no ha vivido y no ha terminado el proceso de educación. En otras ocasiones vemos que hasta los padres son desconocidos. Entender estos hechos me motivó a realizar la serie”, precisa.
“Uno como creador se sensibiliza y se mete allí. En estos tiempos sería bueno retomar la serie porque es el doble de lo que vi en ese momento”, concluye el notable artista.
Publicado 20/04/2022