Las experiencias del hombre, en su paso por el mundo, definen su vida. Más aun cuando el arte se convierte en una realidad íntima y reveladora, para quienes escogen dejar su huella, mediante el acto de la creación. Rafael Villares no escapa de esa verdad, un creador joven que desde muy temprano maduró lo suficiente como para conquistar la atención de galerías, curadores y críticos con proyectos de su autoría.
El pretexto perfecto de Villares ha sido concentrar las intenciones entre la relación hombre, arte y naturaleza, un propósito que ha sabido canalizar en lienzos, esculturas, dibujos e instalaciones, donde lo sensorial marca el ritmo de cada paso. A fin de cuentas, la mayoría de los hombres solo son capaces de confirmar lo que ven, escuchan, palman, degustan y sienten.
Durante una residencia en el Vermont Studio Center, Villares tuvo una especie de presagio, por así decirlo. El sitio se encuentra muy cercano a un río y gracias a ello concibió una de las más originales series en su carrera: Dibujos Hidrónimos, donde se observan varias delimitaciones geométricas en algunas de las obras.
Acerca del tema comenta en entrevista con Máxima: “trabajaba en las madrugadas y lo único que miraba era ese río fluyendo continuamente. Empecé a cuestionarme cómo algo con una libertad tan grande en la naturaleza, nosotros lo hemos ido delimitando y poniendo barreras”.
“Empecé a hacer estas pinturas de ríos” —añade— “que no vienen siendo pinturas, porque hay un 70 por ciento mediado por el agua. Combiné dos técnicas de marmoleado, donde esparces unos pigmentos en un compuesto que puede ser agua o carragenina, un alga que se machaca y se mezcla con el agua”.
“Esos pigmentos flotan en la superficie y luego uno va soplando y después se sumergen. Cuando los levantas quedan impregnados en la cartulina y dan una forma que se burla de las delimitaciones geométricas que comentabas. Esas delimitaciones representan cómo cada país tiene un porciento determinado de kilómetros en el río. La serie tiene también los bocetos originales que se produjeron en el Vermont Studio Center, dibujos a pastel, hasta que encontré una nueva forma”, precisa el artista.
Villares trae al presente una de sus anécdotas preferidas para ilustrar los conflictos humanos: “cuando buscas en el google maps y estás en un país que se encuentra en litigio con el de al lado, en dependencia del lugar donde estés, la frontera se corre. Las culturas originarias decían que las verdaderas fronteras eran los espacios naturales”.
Tiempo antes de su estancia en el Vermont Studio Center, su Árbol de Luz en el XII Bienal de La Habana resultó un verdadero éxito. Entonces vale la pena preguntarse, ¿qué tiene de especial esa instalación? ¿cuál es su poética? y nadie mejor que el protagonista para revelar sus motivos artísticos.
“Árbol de Luz tiene una característica distinta. Primero tenemos que conversar sobre la convocatoria abierta: el gesto de que la gente mande luces desde varias partes del mundo, y luego conformarlo en estética de árbol. No podía ser otra cosa, por el rizoma y el contenido del árbol”, comenta el creador.
“De alguna forma me arriesgué a utilizar esa visualidad, a pesar de los referentes en la historia del arte y en el arte cubano. La gente podía mandar una lámpara, comprarla, enviar alguna de su patio o de un amigo. La idea era que ese gesto de enviar la luz llegara a nosotros, también como una especie de luz reconciliatoria, en ese espacio que fue el proyecto Detrás del Muro”.
— ¿Quedó satisfecho con el resultado del Árbol de Luz?
Uno nunca queda satisfecho, es la idea, porque cuando pasa, tengo que darme un pescozón y decir ¿oye qué pasa, que no estás exigiéndote más?
La idea es siempre exigirse un poco más, salir de la zona de confort. Veo el arte como una especie de acertijo, donde se junta la comunión de aceptar, dialogar y que ese diálogo y esa conversación genere una especie de empatía. Recalco la idea de la empatía, de alguna forma conocer al otro.
En ese sentido sí he estado muy satisfecho por la acogida de la pieza y de las varias ediciones que hemos logrado hacer. Pienso que la obra, aunque la repitamos en otros lugares, tendrá una visualidad distinta y será acogida en dependencia del público que tenga y que esté debajo del árbol.
— La conexión entre lo humano y la naturaleza ha sido leitmotiv en su carrera ¿Cuán sensible debe ser el artista para transmitir esa espiritualidad del hombre con sus raíces primigenias?
Me interesa que el espectador, de alguna forma, sea atraído a las piezas. En la naturaleza hay ciertos códigos donde llegas a ver el objeto como tal y te empiezas a cuestionar otras cosas.
El arte tiene que ser en su máxima plenitud bello, pero la belleza mirada desde un espectro amplio, no solo lo convencional. Trato de jugar con esos códigos: la obra tiene que atraerte primero y luego, a través de ese gancho, llegas a la pieza y empiezas a cuestionarte preguntas más trascendentales.
— En la primera exposición de Máxima, Luces, pudimos ver pinturas suyas en las paredes del espacio expositivo, que simulaban raíces en expansión ¿Es una línea creativa que trabaja?
Sí, esa obra viene a estar dentro de la serie “Morfología del eco”, que trata de hilvanar especies de réplicas de cómo las arterias y las venas de nuestro cuerpo, se parecen a las ramas de los árboles, a las raíces y a los rayos. Todas esas cosas te dan a entender que hay una instancia mayor que nos rodea y que une a los componentes que formamos la realidad.
Vimos en esa exposición una especie de mapa con batimétricos, que son las profundidades del mar expresadas en los distintos tonos de azul. Era hacer una topografía donde una raíz se convirtiera en el corazón, el corazón pudiera fluir hacia determinado río del planeta, ese río se convertía en las arterias de la mano y después en un rayo. Íbamos haciendo un solo curso de agua que combinaba todos esos espacios, en el espacio de la galería.
Ver entrevista de Rafael Villares en youtobe, a través del siguiente enlace:https://m.youtube.com/watch?v=vsE4i3Ak9Qo