"La continuidad de mi obra es la preocupación por el hombre”

Juan Suárez Blanco en Máxima.
Juan Suárez Blanco en Máxima.

Juan Suárez Blanco llega a los 67 años de vida este 19 de octubre, un artista que ha puesto su alma al arte abstracto, conceptual y un poco más allá, porque sus obras resultan siempre un enigma por encima de un canon o patrón artístico.

Como acostumbramos llamarlo en Máxima de cariño, simplemente Juan, es un apasionado de la música, de la música clásica en específico. Tal vez por eso sea tan fácil trazar un camino melódico en sus creaciones, un sendero de ondulaciones rítmicas llenas de colores, altos y bajos, círculos, erosiones y paisajes como elementos de la memoria y nuestro paso por el mundo. En otras palabras, su quehacer pictórico representa una contundente huella de quiénes hemos sido y lo que podríamos ser como especie.

Desde hace tiempo, Suárez Blanco aspira a lograr “la gran obra”, o como le gusta decir a él mismo, su novena sinfonía. En cierta medida, ya hemos visto de sus manos un arte exquisito, depurado, con mensajes profundos y retadores. Su pieza cumbre ha sido —por llamarlo de alguna manera— una carrera constante, en ascenso y heterogénea.

Sin saberlo, el artista ha cumplido con ese propósito, pero tal vez el sentimiento de inconformidad y renovación mueve sus deseos de hacer más y mejor, un propósito que lo ha llevado a producir una y otra vez sin descanso, olfateando y buscando algo más, y en esa búsqueda hemos quedado sorprendidos con las maravillas de sus formatos creativos.

A partir de ahora, Juan Suárez Blanco tiene la palabra.

-Si hiciéramos una retrospectiva de su trabajo, ¿cuánto ha evolucionado con el tiempo?

He dicho esto pocas veces, mi primera exposición fue a los 11 años, estaba en la escuela-taller de artes plásticas de Artemisa, donde me matriculé sin contar con mi familia, que se enteraron casi una semana después porque llegaba tarde. Eso fue en enero de 1964, ya para diciembre de ese mismo año me realizaron una exposición personal.

Después con 12 años hice las pruebas para la escuela de arte en Pinar del Río y las aprobé. Era un alumno de secundaria básica. Allí hicimos los estudios de nivel elemental y medio. Desde esa etapa me gustaba la figuración, hacía retratos, paisajes y bodegones. Hubo un maestro que me inculcó el bichito de renovarme, de conectarme con el mundo, de hacer algo diferente y ese maestro es Carlos Hernández.

Me conecté con el movimiento de la vanguardia europea, el arte pop, y veía todo lo que se hacía en el mundo. Descubrí también la pintura matérica de los grandes maestros españoles y de otros en América Latina como Antonio Berni.

Me identifiqué con el arte que se hace con cosas pobres, sacos de yute, chapapote, arena. Una vez graduado de la escuela, mi trabajo fue en esa dirección. Cumplí un servicio social, algo brutal, fue por dos años y me tuve que quedar cinco, donde estuve prácticamente inactivo, dando clases en Sandino. Empezaba a aplicarse la educación artística en escuela pedagógicas y nos tocó a la graduación de 1971, cubrir casi todos esos espacios y estuve fuera del contexto artístico. Lo que hacía era dibujar, mis apuntes, croquis, escribí poesía y cuentos.

En 1979 participé en el Salón Nacional 26 de Julio y me conecté de nuevo con el mundo del arte competitivo en Cuba, después fui invitado a la primera trienal de dibujo Arístides Hernández, donde compartí espacio con Fabelo, Choco y otros de esa generación. Allí quedé entre los diez finalistas y definitivamente volví a arrancar de nuevo.

Trabajé en una exposición personal realizada en 1984 de grabados y dibujos, y luego en 1989 hice otra muestra de instalaciones, ready-made, con algo performático en Pinar del Río, que se exhibió también en la sala del Caimán Barbudo, donde conocí a Gretel Mosquera y Desiderio Navarro, quienes dieron una conferencia sobre el arte actual y mi exposición estaba ambientando el escenario. Mi trabajo era más bien neo-conceptualista, tocaba aspectos medulares de la sociedad, pero con un enfoque más universalista, no tan local.

En conclusión, hubo una crisis de materiales, empecé a reciclar objetos y todo lo que tiene mi arte hoy, está ya desde aquella etapa, donde ubico espátulas, cuchillos, rodillos y los voy incorporando y metiendo como personajes protagónicos en las piezas a relieve.

Lo primero que hice fue escultura, tenía 10 o 11 años, el elemento escultórico lo he mantenido en toda mi obra. Te digo ahora una frase de Beethoven, con quien me identifico con su música y pensamiento: “me he estado preparando para hacer una novena sinfonía”, y yo también he estado preparándome para eso, aunque todavía no la he hecho. La continuidad de mi obra es la preocupación por el hombre, por buscar la alegría en este, así como el mejoramiento humano, quizás todavía no he llegado a hacer la novena sinfonía, he hecho unas cuantas, pero la novena todavía no, ojalá Dios me dé la oportunidad.

-La etapa de confinamiento, ¿cuán productiva ha sido?

Estuve haciendo unos bocetos sobre la entrada de la pandemia al mundo, de uno de esos salió la primera obra "Llueve sobre la falla", muy abstracta y minimalista, que simula una lluvia de la pandemia, donde cae un cinturón rojo del cielo, con un lenguaje abstracto y sobre una zona de falla que sugiere los desajustes ecológicos que hay en el planeta. Todo cae y se propaga.

Las otras piezas tienen que ver con puertos desolados, silencios, una relativa tranquilidad y el mundo encerrado. Surgió entonces "La nube rosa" y también está "La nube azul", donde hay mucha desolación, pero con colores muy tiernos, con mucha luz y un mensaje esperanzador desde el silencio. Casi todas las obras tienen algo de relieve, muy leve.

Tenía pendiente, además, hacer una obra de la serie Erosión, se llama "Erosión 7", donde se observa la entrada de un ángulo rojo desde arriba sobre una pieza metálica erosionada (está mutando), que está como en una cuerda floja. El espectador puede ver una zona metálica cortante. Le debía la obra a la serie Erosión, porque no la había terminado.

Todavía está en proceso "La tempestad" y "Escorpión No 7", un homenaje a Mondrian. Es una pieza tranquilizante, el cabo de una espátula lo convierto en escorpión, todo en gama de amarillos, que está como desplazando un área roja. Tiene una estructura mondriánica, es decir, geometrizante con predominio de lo horizontal con algo de verticalidad.

Quería terminar la entrevista con este proverbio: “nunca es tan negra la noche antes del amanecer”. En el reverso de la tempestad se esconde un arcoíris (…) He tratado de hacer música con mi obra.

Publicado 19/10/2020