Juan Suárez Blanco: la metáfora de la resistencia

Juan Suarez Blanco se considera "un trabajador del arte"

Para Juan Suárez Blanco la obra de su vida todavía está por hacer. Así lo confiesa en diálogo con Máxima Estudio-Taller días antes de inaugurar su primera muestra personal Contrapunto, que permanecerá abierta el público hasta el venidero 17 de febrero en este espacio expositivo, ubicado en calle Monserrate, esquina Tejadillo.

El artista le confiere un dramatismo especial a sus piezas, en las que se observan elevadas dosis de sacrificio, de una constante reafirmación a sí mismo a través del arte. Suárez Blanco puede darse el privilegio de permanecer en silencio en un contexto donde se inauguran exposiciones casi a diario en La Habana, a veces más, porque ha sembrado la semilla del buen obrar, ya sea mediante sus manos creativas o multiplicando saberes como profesor. El olvido, la desmemoria, esas zonas peligrosas de la vida no se han hecho para series como Erosión, Conexión, Estigmas o La piel del océano.

En Máxima siempre lo imaginamos inmerso en sus musas, en algún proyecto nuevo afanoso y duradero. Pensar en el autor de El paso del Pez es desafiar al intelecto y emprender un viaje por zonas de la mente humana que ni siquiera imaginamos.  

Eres un artista consagrado en el contexto cubano, ¿Con qué obras o series piensas que has alcanzado la madurez creativa?

Con toda la sinceridad del mundo, he estado preparándome para hacer una gran obra, pero todavía no he podido. Tengo sesenta años de trabajo porque desde los siete gané algunos concursos por Artemisa, mientras que a los diez matriculé en la Escuela-Taller, y felizmente tuve la posibilidad de tener un maestro escultor español, Benito Paredes, que trabajó con Rita Longa. Un día Benito me dijo: `vas a ser escultor porque esa es tu línea, no serán nunca un gran pintor´.

Cuando hice las primeras esculturas tenía diez años, fueron cabezas, figuras humanas, objetos. A mi maestro, Benito Paredes, le debo casi todo, un hombre de un talento tremendo como un Miguel Ángel Buonarroti de estos tiempos, una gente tan modesta y humilde que nunca valorizó su trabajo.

Solo trabajar con Rita Longa y llevar adelante sus proyectos le hacía feliz. A sus alumnos le transmitió ese espíritu de inconformidad, de nunca sentirte realizado con tus obras. Eso también me pasa, nunca puedo decir que con una obra me siento realizado, esa todavía está por hacer. Ojalá la vida me dé la posibilidad, porque me he estado preparando para ella.

Sus obras parecen salir de un gran estudio-taller debido a su factura y calidad. ¿Cómo trabaja en realidad Juan Suárez Blanco?

Puedo decir que nunca he tenido grandes equipos de trabajo ni el gran taller para realizar algunos sueños. Me gusta disfrutar todo de la obra, si tengo que hacer un objeto no lo mando hacer, pudiera delegar en algún carpintero o en un herrero, pero no es así. Hago el trabajo de talla, soldadura o ensamblaje, o sea, todo el armazón de la pieza. Creo que en algún momento uno de mis discípulos me adelantó un trabajo para ganar en tiempo, pero la terminación final la di yo. No veo el proceso de forma agónica, sino lo contrario, veo felicidad y belleza.

¿Cuánto le ha aportado a su carrera profesional su compañera de vida y oficio?

A Delfina le debo casi todo. Sin ella hubiera sido imposible. Fue un poco mi Federico Engels. Es decir, para que pudiera hacer cosas ella tuvo que sacrificarse y fue mi mecenas. Somos una familia que nos sacrificamos el uno por el otro.

Y su faceta como profesor, ¿Qué tan útil se siente?

Mis alumnos me han enseñado a renovarme cada día, a encontrar otros caminos. El hecho de enseñar es tan noble y digno. No quedarte nunca con nada, darlo todo sin esconder tus trucos, tus magias porque en definitiva cada persona es irrepetible.

He tenido alumnos maravillosos que me han facilitado sentirme joven como ellos, con pánico a la tela en blanco. Ese rico miedo lo disfruto, el de no saber qué va a pasar, de siempre quedarme sorprendido.  Cuando no me sorprendo con una obra cojo una cuchilla y la corto porque no hay emoción.

Aprendí una cosa de Servando Cabrera, a quien conocí siendo niño. Decía que tenía que abrir, cada un año, una puerta porque se asfixiaba haciendo lo mismo. Creo que es el pintor más versátil que ha tenido Cuba y uno de los más polémicos en su tiempo. Cada cinco pasos descubrías algo nuevo en sus exposiciones, y eso fue una huella que dejó en muchos de sus discípulos, ir saltando al vacío sin miedo.

¿Es usted un hombre de fe?

Todos somos hombres de fe, ya sea en el trabajo, en el amor, en creer en el hombre, en la familia y en ti mismo. Eso es la fe más allá de cualquier connotación religiosa. Cuando me propongo una cosa, la veo de lejos y la alcanzo cueste lo que cueste. Claro, no me trazo grades metas, sino a las que puedo llegar.

¿Qué le falta a Juan Suárez Blanco por hacer?

Muchas obras. Voy llevando varias series a la vez. Por ejemplo, Estigmas la empecé en el 2010 y todavía salen piezas. Después apareció Huellas en homenaje a Hugo Consuegra, luego Conexión, otro homenaje a Mondriaan y a los pintores del arte concreto. Le sigue La Piel del Océano deslumbrado por las playas de Cancún, donde traté de expresar lo que hay debajo del océano, o sea, lo que queda y humanizarlo.

Una de las últimas series es Galatik, la cual está relacionada con determinadas filosofías para buscar comunión con el universo.

¿Cómo se definiría en el aquí y el ahora artístico de Cuba?

Soy un hijo de Artemisa. Nunca me ha interesado ser otra cosa que no sea un obrero del arte consagrado, un trabajador como lo puede ser un buen carpintero, soldador o zapatero.   

Un poco parafraseando a Martí “arte soy entre las artes” y entre ellas un hombre trabajador del arte.