Acerca de "El gran despertar"

Alberto Lago-Home.
Alberto Lago-Home.

Por: Laura Daranas Molina

Hace cinco años escribí para el catálogo de la exposición Umbral, colateral a la XII Bienal de La Habana: “La experiencia subjetiva de la felicidad es el tema fundamental de la pintura de Alberto Lago. […] Su estilo, inmediatamente reconocible, se mueve en la frontera entre abstracción y figuración, entre estridencia y armonía.

En su búsqueda de cómo traducir al lienzo determinados estados de la consciencia, Lago ha ido asimilando referentes tan diversos como el arte psicodélico de los sesenta y el “bad painting” norteamericano. En ocasiones, una zona de resplandor blanco en sus pinturas parece indicar –parafraseando a Huxley, un favorito del artista- aquello que permanece bloqueado por las puertas o limitaciones de nuestra percepción.”

Ahora tengo nuevamente el gusto de presentar una exposición de Alberto Lago, aunque no como curadora esta vez, sino como público. En retrospectiva, observo que el artista ha seguido un camino muy bien definido, sobre todo en lo que respecta a motivaciones fundamentales y uso liberal del color. Sin embargo, sus modos de expresión no han cesado de desarrollarse y cada exposición suya ha traído algo que no habíamos visto antes.

Es así que El gran despertar, por ejemplo, nos descubre que sus lienzos cargados de símbolos de ascendencia pop, conviven ahora con pinturas más “sosegadas”, en las que la ausencia total de figuración favorece la apreciación del conjunto. Ahora su obra incluye abstracción pura, en lo que se percibe como una evolución orgánica a partir de su trabajo anterior.

Ni retratos, ni desnudos, apenas caritas felices y corazones … en esta ocasión, en Galería Máxima, el protagonismo absoluto lo tiene el color. La muestra de paisajes abstractos que presentó Lago hace un par de años en Lloyd’s Register ya apuntaba en esta dirección, introduciendo el leitmotiv del arcoíris. El gran despertar incluye un par de obras de ese género, pero expande la idea del arcoíris más allá de la escala del fenómeno óptico con el que estamos familiarizados, para verlo expresado también en el plano formidable de las galaxias o al nivel microscópico de las células. La exposición adquiere, por consiguiente, tonos metafísicos, ya que el arcoíris se nos presenta no solo como un fenómeno ubicuo –existe como potencialidad donde quiera que haya luz, aunque solo en ocasiones se manifieste al ojo- sino también como una energía abarcadora que sostiene a la Creación.

Para incontables culturas del mundo, el arco en el cielo (como le llaman los franceses) simboliza un puente o conexión entre lo superior y lo inferior: en la mitología nórdica era el puente Bifröst, que une los reinos de los hombres y los dioses; en la Santería, es Oshumare, la serpiente arcoíris, que devuelve al cielo la lluvia que Changó envía a la tierra; en la religión Shinto del Japón, los dioses masculino y femenino de la creación, inclinándose desde el puente en el cielo, hicieron brotar la tierra agitando el mar con sus lanzas. En la tradición judeocristiana, Dios crea el arcoíris como símbolo de su alianza con Noé, como recordatorio de su promesa de nunca volver a borrar a la Humanidad de la faz de la Tierra mediante un diluvio. Algunos estudiosos han interpretado que el arca y el arcoíris representan dos mitades, una mitad inferior terrenal y una mitad superior celestial, que al unirse dan forma al huevo del que renació la vida después de la catástrofe.

Frente a la pintura que da título a la exposición -un Big Bang, ¿el huevo primordial de las culturas antiguas? – somos movidos entonces a contemplar el nacimiento de la Creación, sea en el Universo o sea en nosotros mismos. Los artistas, por supuesto, se enfrentan a la creación cotidianamente y, con frecuencia, se los compara con el demiurgo que organiza los elementos del universo en configuraciones siempre nuevas. Los elementos en sí, sin embargo, no son creados por el artista, sino que participan de su misma naturaleza por tener su mismo origen. Esa unidad fundamental de todo lo que existe (¿Dios? ¿la consciencia universal? ¿la Singularidad? ¿la luz?) es un tema recurrente en la trayectoria de Lago. Quizá sea paradójico, pero a través de la diversidad de la vida que bulle en sus obras, Lago parece querer alcanzar o recuperar ese estado de armonía inicial, esa conexión de lo humano y lo divino.

En el arte contemporáneo cubano Lago ocupa un lugar propio e inconfundible. Trabaja con admirable disciplina, pintando muchas horas cada día, en un permanente viaje de descubrimiento hacia el interior de esa manifestación. Viaje que disfruta intensamente, a juzgar por el entusiasmo con que explora y comparte cada hallazgo.

Espero que el público pueda percibir ese entusiasmo en su obra y disfrute de la invitación que nos hacen el artista y Galería Máxima. Es en épocas difíciles como esta que vivimos, enfrentados a la amenaza de la enfermedad y a la escasez, que más necesitamos de todo lo que nos recuerde que el ser humano es cuerpo, pero también es espíritu. El arte en general y la obra de Alberto Lago en particular, tienen ese potencial de ayudarnos a recordar.